Cuando vemos a una mujer por la calle sin cabello pensamos automáticamente en cáncer, o por lo menos lo contemplamos como una posibilidad, y existen razones. El género y la cultura designaron que lo normal (la norma, lo usual, lo frecuente) es que las mujeres usen el cabello largo, así que quien rompe la norma, llama la atención.
Usar el cabello corto por elección, es completamente diferente a llevarlo así como consecuencia del cáncer. Cuando es por elección, la motivación proviene del deseo de un cambio, del que una está consciente que será público, pero cuando es por una necesidad, no existe deseo sino resignación, y tiendes a huir de la mirada ajena.
Pero el dolor no solamente es físico. Perder el cabello duele, porque el cabello es culturalmente símbolo de salud, de femineidad, y de la propia identidad, pues todas usamos un estilo, color y peinado diferente, con el que no solamente nos sentimos cómodas, sino también comunicamos. Por ejemplo, sobre utilizar el cabello de tu color natural, la gente podría pensar que eres sencilla, que te gusta lo natural o que no eres arriesgada, (y tal vez sólo se deba a que en ese momento no tenías dinero para un cambio de look o que ya pasaste por tantos que prefieres el tuyo), en cambio, si usas un cabello color zanahoria, la gente pensará que eres audaz, que te gusta la moda o que estás loca (y tal vez se deba a que quisiste experimentar o tus amigas te obligaron y ya no hay vuelta atrás). Las interpretaciones siempre estarán ahí, y las cosas no necesariamente son como los otros las miran, todo depende de las circunstancias.
Tu circunstancia actual es la de una persona que se encuentra en una fase difícil del tratamiento, que tiene efectos temporales en beneficio de tu salud.